Lujo es tener amigos más listos que tú, que sepan de lo que tú no sabes, de los que pagarías por escuchar sus cosas. Preguntar siempre cómo van la cosas, tener mucho palique. Lujo cada día: ‘¿vamos?’, ¿comiste?’. Las cosas ‘porque sí’ -y es que, ¿por qué no?-. Curtir una pasión y esforzarse mucho, porque -lo siento- la inspiración es como la motivación. Descansar bien por las noches. Que el conductor del bus se de cuenta y te espere. Lujo es tener aire. Es mantener la capacidad de asombro, es valorar el logro, es sostener lo bueno -sin pensar que algo malo pasará-. Tener muchos ayeres. Las cosas ‘a placer.’ Comer bien. Aprender sin explicaciones. Que me llames siempre, mamá, aunque yo no lo haga tanto. Enamorarse de formas de hacer las cosas. Ser agradecido. ‘Le llamo por teléfono, va conduciendo, para, me atiende.’ Lujo es dar. Es la sobremesa con amigos, el ambiente distendido, escuchar con atención cada historia, tropiezo, corazones rotos, ilusiones, proyectos, gozos y dolores. Hacernos mayores. No tener prisa. No necesitar. No medir. No opinar. Dice mi padre que lujo es saber -él sabe- y poder -qué injusto saber y no poder- disfrutar de lo que se tiene. Estar tranquilos, ralentizar la vida. La cadencia. Tomar un vino el sábado y pasar de todo lo que no esté ahí. Y los domingos, los domingos son un lujazo. De repente, conectar con la gente -nos necesitamos-. Intuir lo que no me cuentas. Entenderse es un lujo difícil. Echar de menos. Decir cosas buenas, alegrarte por el otro. Admirar mucho -necesitamos lo que admiramos-. Que la verdadera facultad sea otra. Que tengamos el lujo de que nuestros referentes son con quienes compartimos mesa. Una huerta generosa. Comer conservas y pan en el coche. No pensar tanto. Las manos. Permitir un consejo, dejarse arropar. Querer muchísimo. Sentirse cerca. Sin presiones, con dificultades, la paciencia, corazón incontenible. Y hablar siempre desde ahí. Lujo es poder hacer e ir haciendo, la vida es ir haciendo cosas. ¿Comiste?
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